Hasta 1726, año de la fundación de la ciudad Plaza Fuerte y Puerto de Mar de San Felipe de Montevideo, no puede decirse que existiera nada parecido a un puerto sobre la costa de la bahía.
Con el correr de los años, ya en 1740, existía un intenso tráfico de embarcaciones menores entre Montevideo y Buenos Aires debido a que se realizaba aquí el transbordo de los buques de ultramar con mercaderías destinadas a ese puerto. Lo que se explica, porque nuestra bahía ofrece mayor calado y abrigo que Buenos Aires, tenía ya entonces depósitos sobre la costa y las tripulaciones se habían acostumbrado a proveerse de agua potable en los pozos del Rey, en la Aguada.
Había así un intenso tráfico de embarcaciones menores con Buenos Aires y las mercaderías eran cargadas sobre la costa de una ensenada que existía entonces entre las actuales calles Misiones y Juan Carlos Gómez, sobre la que se había practicado una abertura en la muralla, que, por esa razón, se conocía como "El Boquete"; parte de esa ensenada fue rellenada en época posterior.
Pasada la mitad del siglo, y por reales órdenes, los españoles fueron estableciendo disposiciones sobre documentación de origen y navegación, que constituyen los antecedentes directos de la legislación aduanera, vigente en la actualidad en nuestro país.
Al ser la Aduana, con todas sus responsabilidades y funciones, el centro mismo de una imprescindible actividad nacional, es que brevemente diremos que "Las Aduanas son organismos establecidos legalmente por los Estados, en las costas, fronteras y aeropuertos, para recaudar los derechos arancelarios y otros que se hallen a su cargo, y fiscalizar el ingreso y salida de mercaderías, haciendo cumplir las normas que a este ramo se refieren''.
Cuando se realizan ingresos o salidas evitando o burlando la normativa vigente que regula esos movimientos, se configura lo que desde muy remotos tiempos se decía ir contra los bandos, o sea contra la norma, finalmente la palabra contrabando, resumió en síntesis muy clara este ilícito o pretensión del mismo.
Recién allá por los años 1769 se nombraron los primeros guardas, que lo fueron Enrique Guzmán y José Quijano. Servían sin sueldo y sin más emolumentos que la parte de los decomisos. La cosa no podía ser más económica. Pero los buenos guardas, contando tres años de servicios en esa forma, se arremangaron a manera de los pasantes del arroyuelo Quita Calzón, y solicitaron un sueldo, saliendo mal parados de su petitorio.
El tapón pues, que se les puso, fue en regla, y no tuvieron más remedio que conformarse. Se les contestó que por la Ley 49, título 35, libro 2º estaba prohibido señalar sueldo a los guardas. Habló la ley, comadres podían levantarla.
Al decir don Isidoro de María, en su obra "Montevideo Antiguo": "En los primeros tiempos de la fundación de esta ciudad, poco había que contrabandear; primero, por que allá por muerte de un obispo venían buques de la Península, en aquellos larguísimos viajes a vela, en que se echaban dos y tres meses, y segundo porque era prohibida la importación de mercaderías extranjeras".
Además, con la promulgación del Reglamento de Aranceles Reales para Comercio Libre de España a Indias, dictado en 1778, la mayor parte de las manufacturas españolas eran declaradas exentas de derechos de importación en las Colonias, y los productos del país, que se reducían a los cueros al pelo, sólo pagaban del 3 al 5 por ciento de introducción en los puertos habilitados de la Península.
Todo el Comercio español de estas regiones se cumplía a través de la Aduana de Lima, llamada, por ese motivo, Madrastra del Plata, que ejercía un monopolio absoluto en la materia.
La creación del Virreinato del Río de la Plata nos liberó de la hegemonía del Virreinato del Perú.
Fue entonces que se organizaron las aduanas de Buenos Aires y de Montevideo. La de Buenos Aires se fundó por real orden el 7 de abril de 1778 y la de Montevideo, por Real Orden también, el 10 de febrero de 1779.
Precisamente con esa fecha, el Secretario de Estado Español en el Despacho Universal de las Indias, don José de Gálvez, dirigió un oficio a don Manuel Fernández, Intendente de los Reales Comercios en el Río de la Plata, autorizando, con aprobación del rey Carlos III, la creación de una Aduana en el puerto de Montevideo.
De esa manera se transmitió la orden del Rey a quién debía ejecutarla.
Culminaba así, al más alto nivel, el proceso de gestación del Instituto, que tuvo su momento más notorio el 22 de agosto de 1778, cuando, con la publicación del Reglamento de Aranceles Reales para el Comercio Libre, y en cumplimiento del decreto del Intendente de los Reales Comercios de 2 de febrero de ese año, el Ministro de la Real Hacienda y Comisario de Guerra don José Francisco de Sostoa se hizo cargo de la administración de los servicios de aduana en Montevideo.
El primer reglamento aplicable a la Aduana de Montevideo, fue promulgado el 15 de febrero de 1779 como instrucciones para la mejor Administración de la Renta y Gobierno del Administrador, Contador y Vistas, que trata de los buques, la vista de entrada, la carga y descarga; las alcabalas, el arancel o aforador de Aduana el régimen de contabilidad y el reglamento del Resguardo.
El 22 de setiembre de 1779 se creó el cargo de Comandante del Resguardo de todas las Rentas en Montevideo y costas del Río de la Plata, subordinado al Administrador de Aduana de Montevideo y con asiento en esta ciudad.
El Comandante del Resguardo podía reconocer por sí o por sus subalternos todos los buques surtos en el puerto o en el río, disponiendo de una embarcación y personal de mar al efecto. Asimismo, debía asistir, conjuntamente con el Administrador de Aduana y el Escribano de Rentas, a la visita de los navíos que deseaban operar, dejando a bordo guardas de su dependencia con el cometido de no permitir embarque a desembarque alguno sin permiso escrito del Administrador.
El Reglamento del Resguardo fue modificado en dos ocasiones, en 1787 y en 1794. En 1787, la Contaduría General de Indias dictó una instrucción para el Comandante del Resguardo de todas las Rentas en Montevideo y costas del Río de la Plata, que refiere fundamentalmente a la represión de los fraudes, a los procedimientos a seguirse en casos de denuncia, comisos o hallazgos y establece normas sobre vigilancia en muelles, playas y embarcaciones. En 1794 se dieron nuevas Instrucciones, sustituyéndose la expresión "resguardo de la administración de las rentas" por la de "resguardo de mar y tierra". Al mismo tiempo, se deslindó la competencia del Comandante del Resguardo de la del Comandante Militar, encomendándose a este último la vigilancia de la campaña. Este Comandante Militar fue, sin duda, el antecesor de nuestro Comandante General de Campaña.
La instalación de una Aduana en Montevideo (que hasta hace poco años apenas tenía un Teniente del Rey para cobrar algunos impuestos) ha sorprendido gratamente a comerciantes del lugar.
La noticia es buena y así comentaban algunos comerciantes: "Significa que podremos comerciar libremente con el exterior, igual que cualquier otro puerto del Imperio".
Las mercaderías que hasta hoy llegaban aquí lo hacían recorriendo todo el Virreinato: primero atravesaban el Alto Perú, luego las provincias del norte, la aduana de Córdoba, Buenos Aires y finalmente Montevideo. El encarecimiento de estos artículos los volvía prohibitivos. Aquí no existe gente con el poder económico de los mineros del Potosí, así que intentar vender algo en Montevideo era más difícil que encontrar oro. Ahora, con la Aduana, esperamos vender normalmente nuestros cueros y sebo, y poder comprar lo que necesitamos a un precio más sensato que el que debíamos pagar hasta ahora. Esta es como una , segunda fundación de Montevideo, concluían.
En el año 1779 comenzó la construcción del edificio de la primitiva Aduana, llamada Aduana Vieja, en donde forman hoy esquina las calles Piedras e Ituzaingó, se construyeron unas gradas de piedra sobre el río junto a la actual calle Misiones, que por esos entonces se llamaba calle del Muelle. La portada principal miraba al norte, teniendo otra puerta de salida al este. Al frente, el espacioso patio cuyo fondo venía a quedar próximamente donde se hallaba el Teatro Cibils.
Ese viejo, pero sólido edificio, sirvió de Aduana hasta el tiempo de los portugueses. Después se dio de baja, mudándose la Aduana al antiguo Barracón de la Marina inmediato a San Francisco, previas las reformas consiguientes para el servicio a que se destinaba".
Una resolución promulgada por el General José Artigas desde Purificación, el 9 de setiembre de 1815; apenas horas antes de ser aprobado el Reglamento Agrario, reglamentaba "la recaudación de los derechos de los puertos de las provincias confederadas". Reglamento Aduanero minucioso, que determinaba con detalle, las normas liberales propuestas en el texto de las Instrucciones.
Las importaciones (las "introducciones", como dice Artigas) serán gravadas en un 25% sobre su valor, con varias excepciones. Los calzados y "las ropas hechas" (es lo que la provincia puede producir) pagarán un 40% sobre su valor.
Azúcar y tabaco (importaciones no competitivas), pagarán sólo un 15%. "Los frutos de América" (y ejemplifica: caldos, pasas y nueces de San Juan y Mendoza, lienzos tucumanos, algodón del Valle de Catamarca, la yerba y el tabaco paraguayos, más otras excepciones) pagarán una tasa del 4%. Y habrá exoneraciones: no pagarán impuestos la plata y el oro, la pólvora y las medicinas, las maderas, las máquinas, los libros y los "instrumentos de ciencia".
Las exportaciones ("extracciones", usando el lenguaje de Artigas) pagarán un impuesto del 4%, con sus excepciones. Los cueros pagarán una tasa especial de un 2% más, que se debe sumar al impuesta anterior, "más un real por unidad"; el gravamen es grande, muy grande: la exportación alcanza, en los promedios, unos 300.000 cueros por año. Las suelas, becerros, badanas y "peleterias" de carneros, nutrias y venados, pagarán una tasa del 8%. Otras exportaciones, por fin, son liberadas: harinas y galletas; producción que abastece a toda la región.
Otras resoluciones los complementaron
Reglamentando el uso de puertos correntinos, dispuso el Protector: "será igualmente libre de todo derecho la introducción de efectos a la campaña (desde aquellos puertos) debiendo ser conducidos por americanos, y privando absolutamente al extranjero, ya sea español, ya inglés o ya francés, salir fuera de los puertos con sus mercancías a la campaña. Los que se encuentren serán decomisados".
Este notable documento constituye la clave del ordenamiento económico del "futuro de los pueblos libres" protegidos por aranceles comunes frente a los artículos competitivos de sus artesanías y producciones locales, y con tarifas diferenciales respecto de los productos americanos como frente a los extranjeros.
Reglamento provisional que observarán los recaudadores de derechos que deberán establecerse en lo puertos de las provincias confederadas de esta Banda Oriental del Paraná, hasta el formal arreglo de su comercio. Este Reglamento Aduanero instituyó el Mercado Común Regional.
La Aduana Vieja fue demolida en 1852, siendo sustituida por la Aduana Nueva, habilitada en 1853, la que se alzaba en el lugar que hoy ocupa la Administración Nacional de Puertos.
Subsistió hasta el 15 de diciembre de 1921, fecha en que fue totalmente destruida por un incendio.
A fines del año 1922, se llamó a concurso público de anteproyectos para el nuevo edificio de la Aduana, el cual se falló el día 10 de marzo de 1923. A la sazón era Presidente de la República el Ing. don José Serrato; Ministro de Obras Públicas, el Ing. Santiago Calcagno y Director de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, el Arq. Alfredo Jones Brown.
Se presentaron 19 proyectos para este certamen y el jurado estuvo integrado por el Presidente del Consejo de Administración del Puerto; el Director General de Aduanas; el Presidente del Consejo Nacional de Higiene; el Capitán General de Puertos y los Arquitectos Alfredo Jones Brown, Jacobo Vázquez Varela, Horacio Acosta y Lara, Juan Giuria y Raúl. Faget.
Sabido es que en esta clase de eventos -para asegurar la imparcialidad del fallo-, los concursantes se escudan tras un seudónimo, el cual sirve para poder individualizar a los autores de los trabajos, luego de emitido el veredicto. En este caso, el neto triunfador del mismo (con 9 votos a favor y sólo 1 en contra), utilizó como distintivo la palabra "ADUANA", y fue un joven de 26 años, que hacía poco tiempo que se recibiera: el Arq. Jorge Herrán.
La fundamentación que esgrimió el jurado para elegir la solución ganadora, encierra un juicio realmente laudatorio para la misma: "Este proyecto presenta un conjunto de cualidades que lo hacen netamente superior a cualquiera de los otros: entre ellas, la bondad de su distribución general, una gran sencillez y correspondencia que facilitarán la construcción, fachada cuyo estilo se adapta a la finalidad del edificio y a las condiciones del programa".
En el año 1931 se habilita el nuevo y actual edificio de la Aduana de Montevideo.
Finalmente debemos señalar que en Puerto del Buceo durante la Guerra Grande, el Brigadier General don Manuel Oribe instaló la correspondiente Aduana cuyo edificio aún perdura conocido como la "Aduana de Oribe".
Dicha Aduana estuvo a cargo del Primer Receptor de Aduanas, don Ignacio Soria, que con el gran aumento de las actividades en el Puerto del Buceo se dividieran las funciones entre el Receptor y un Capitán de Puerto quien fuera don Atanasio Aguirre.
En 1845 el Puerto del Buceo contaba con doscientos diez habitantes y una población flotante equivalente que en 1848 se acercaba al millar de personas.
Esta es ya otra historia de otra Aduana, en la que también cumplieron su eficiente labor los hoy llamados Despachantes de Aduana, diligenciando las operaciones de entrada y salida de mercaderías.
Juan José Fernández Parés
Capitán de Navío (CG)(R)
Presidente de la Academia Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial.